Alejandra Cabezas
Desde la arqueología del cuerpo hasta la geografía del deseo, Alejandra Cabezas nos entrega una poesía que germina en la oscuridad y se eleva con furia ritual. Historiadora del arte y museóloga, formada entre Estados Unidos y Europa, Cabezas escribe desde una voz íntima y visceral, donde lo femenino y lo mesoamericano se entrelazan como raíces profundas. Esta selección —que incluye piezas como Ecolocación, Xibalba y Autopsia— es un viaje por el duelo, la memoria, la sensualidad y la animalidad, donde cada verso es una excavación emocional. Su lenguaje, cargado de imágenes táctiles y resonancias míticas, nos recuerda que el cuerpo también es territorio, y que la poesía puede ser un acto de supervivencia.
POESÍA Y NARRATIVA AGOSTO 2025AGOSTO 2025
Coordinación General: Elizabeth Sicilia
8/18/20253 min read


Algo sobre mí.
Alejandra Cabezas es historiadora del arte y museóloga, formada en Estados Unidos y Europa. Ha trabajado en espacios culturales, sitios arqueológicos y colecciones patrimoniales, donde investiga la materialidad, la memoria y el cuerpo. Escribe poesía al anochecer, desde una voz íntima, sensorial y desbordante. Su obra explora los cruces entre deseo, territorio y ritual, con una estética profundamente arraigada en lo femenino y lo mesoamericano. Su trabajo ha sido publicado internacionalmente, tanto en el ámbito académico como en el poético. Ha sido nombrada Poeta del Mes por la revista YES, seleccionada por la Patchwork Film x Poetry Fellowship, y reconocida como Poeta Glascock honorífica en el certamen de poesía más antiguo de Estados Unidos, organizado por Mount Holyoke College.
La escena es así:
mi madre y yo anidadas en una hamaca. Algunos días,
me vuelvo niña y me dejo envolver. En esta oscuridad hallo el recuerdo. Pues, el duelo es inmune a todo, excepto al sonido.
Cuando lloro siempre pienso en la playa…
…el año en que moriste.
Nos emborrachamos con cerveza y el disgusto nos empachó, implacable, como cloro.
Una espuma insufrible,
un sonograma ominoso desde mi cuerpo, me hizo llamarte.
Me giré y encontré a mi madre flotando sobre el cocotal. Debería haberle tomado la mano,
debería haberle quitado los zapatos y rezado, pero me envolví en arena
y soñé contigo, papá.
Siempre es lo mismo,
cada mañana arranco las caracolas de tu tumba.
Me despierto inquieta y corro por el país para encontrarte, viejo murciélago.
Veo que la muerte no te cambió, pero a mí me dejó ciega,
y noctámbula.
Y cuando llegué al final,
el chocolate me supo demasiado dulce,
más allá de los valles tupidos de plátanos,
el sol se desbordaba amarillo y deslumbrante, estaba ciega hasta los huesos
y él se negaba a hablar
—¿Dios? —supliqué—
—Cántame una canción— con severidad agitó sus alas,
y mis oídos resonaron como caracolas.
—¡Dios mío, estoy llena de arena y no la puedo filtrar!
El tiempo sabía girarse sobre sí mismo,
como cuando devolví el kilometraje del coche, queriendo borrar aquel anochecer en julio.
Con mi esternón recuerdo lo que puedo: armadillos corriendo,
desnudos y salvajes por la carretera, mientras la mano de una mujer,
se abre dentro de mí, como rosa del desierto.
Pero yo era demasiado joven en aquel entonces y lo que floreció,
lo enterré en la guantera.
Porque todo lo que siempre quise fue conocer el mundo,
me dejé deshacer en la tierra, como un vestigio prehistórico, titilo a través de los eones
con la punta de mi lengua.
Célula por célula el éxtasis hace sus rondas. Mira este cuerpo:
los grillos saltan de mis dedos cuando te toco
¿puedes sentir cómo soy, toda animal,
toda molécula?
La forma en que la vida me atraviesa, dividida,
como un ala que se desprende de otra ala, para formar una polilla completa.
Te suplico,
perdona el temblor de mi corazón inquieto,
siempre he confundido las promesas con punzadas, siempre un poco demasiado hambrienta,
pero, al final,
ninguna criatura tiene tanta hambre como una niña.
Mis entrañas,
ese lugar donde el deseo va a morir, pues, todos mis amantes
lograron irse sin voltear la perilla. Te cuento:
mis rodillas son lo más sincero de mí, cuando me inco,
lo que quiero decir es:
“Jamás dejé de mirar el cielo nocturno”
Sus constelaciones
son fisuras que no puedo cerrar y, aún así,
la médula crece.
Déjame ver,
déjame escuchar,
ahora,
cómo este cuerpo se eleva.





