Alexia Castaneda
Alexia nos confronta con un universo donde el dolor y la pasión se entrelazan: desde la sugerencia de caminos sombríos que marcan la existencia, hasta la búsqueda incesante de liberación en medio de la oscuridad del ser. Su poesía nos invita a sumergirnos en un espacio donde la fragilidad humana se convirtió en un lienzo para plasmar la desesperación, el amor, la pérdida y la redención.
SELECCIÓN 2024
Coordinación y diseño
1/22/20243 min read


Algo sobre mí.
El Salvador, San Salvador, 1997.
Actualmente estudiante de ingeniería mecánica en la Universidad de El Salvador. He participado en recitales locales y por primera vez en el Décimo festival internacional de poesía Amada Libertad, 2023.
Frente a mí: el camino sombrío hacia vos,
ningún muerto sujeta mis tobillos,
los cuerpos se arrastran porque los gatos viven hambrientos,
la grieta del colmillo clama el calor que presume la epidermis,
detrás del espejo están tus ojos aguardando la palidez y el vacío,
me tienes porque en aquel septiembre ya había mutilado mis piernas,
mi amor, cuidaste mi cuello de la espina
y me diste un latido tibio en estos años
pero sobre los lienzos no dibujas mi rostro.
Los pernos ya no soportan el temblor de mi insomnio,
pienso en cómo te esperé cada día para enderezar tu espalda,
en cómo intenté cobijarte de confianza cuando no te reconociste
y me sentí miserable cuando noté que tuve que rogar para besar la sal.
Esta decepción dobla mis ganas de creer
que la oscuridad es el único fin que nos contará las canas que tendremos mañana.
Amor, quiero quedarme porque temo lo que sentiré cuando me vaya,
quiero que esta hambre me entierre aquí con la fiebre
pero creo casi casi con firmeza
que este no es el ataúd que esconderá mi vida.
Te dije que antes no hubo cenizas en el jardín
porque el fuego nunca se inclinó ante el pellejo del cadáver,
no tuve aquel instinto maternal que se inventan los cuerpos,
mi tristeza era distinta porque era mía,
en cambio, hoy conozco los clavos y el tétano que aflora la metamorfosis,
esa enfermedad que descosió tus secretos y me tumbó en la cama.
Esta nueva tristeza me pertenece pero no nació del frío en los pulmones
y después de tanto cargar mi dolencia he llegado a extrañar mi antigua tristeza.
Aquella bestia transparente incapaz de amarme,
quien nunca rezó la penitencia porque me sudaban las manos.
Mi inspiración tenía cierto desdén al tomar mi fantasía
y se inventaba un deseo de venganza al pronunciar los dientes.
Ahora no logro escribir del arrepentimiento
porque nada me has dado para saciar mi duda.
Ahora mis poemas son siempre simples,
siempre vacíos.
Temo confesar
que no soporto la congoja de la caries que devora el hueso
y el ruido de las heridas
no cabe ya en la úvula pálida.
Quisiera contarte cuánto caos habita detrás de mis ojos
y llorar en tu pecho como nunca he llorado frente a nadie
pero prefiero esconderme detrás de este poema.
Temo confesar
que si tuviera que pedirle algo a Dios,
sería la paz conmigo misma.
Porque llevo tanto tiempo intentando salir del mar
que se me ha puesto la piel viscosa
y aquí donde duermen los cráneos no existe el sol.
No hay voces siquiera
que acompañen a mi soledad.
La mordida del bisturí te atormentó después del filo del cigarro,
aquel sabor amargo del humo, del desvelo, la guitarra y las excusas.
Esta deformidad prematura se gestó durante el primer beso,
cuando recién descubrí mi cuerpo malherido frente a tus ojos
y me enamoré de la pared que limitaba mi cariño.
No te conocí nunca y vos tampoco,
no morimos en el asfalto gris
pero de pequeños seguro dibujamos la puerta,
nos llenamos de sangre para encontrar las huellas del otro,
nuestras mandíbulas siempre cerca
para que el incisivo no perdiera el talento,
hasta que nuestros pies heridos caminaban otro idioma.
El tejido gingival ya retraído por la semblanza
me implora el auxilio de la anestesia.
Y aún así, lloro porque este dolor no lo había sentido nunca,
me hiere la tracción y la palanca sobre el hueso
pero sé que no debo gritar más tu nombre.
El suplicio de esta lágrima
y la sindesmotomía
es la sentencia para liberarnos de esta eterna esclavitud
de encontrarnos siempre debajo de la tierra.
[Debí desprenderte de mis letras hace años
pero no sabría cesar la hemorragia.]





