Nilson Alas
Nilson Alas (1966–2025) fue un poeta salvadoreño cuya obra brota de la memoria, la ternura y la resiliencia. A pesar de haber vivido la crudeza del conflicto armado desde la infancia, su poesía rehúye el odio y abraza la esperanza, el perdón y la belleza de lo cotidiano. Autor de libros como Cuaderno solar y Campo de abrazos, su voz limpia y meditativa evoca los parajes perdidos de su niñez, la nostalgia por su tierra y el anhelo de reconciliación. Esta muestra poética rinde homenaje a su legado luminoso, a su mirada profunda y a su capacidad de transformar el dolor en luz.
JULIO 2025POESÍA Y NARRATIVA JULIO 2025
Redacción: Osvaldo Hernández Alas Selección y diseño: Elizabeth Sicilia
8/10/20254 min read


Algo sobre mí.
Óscar Nilson Alas Henríquez (San José Las Flores, Chalatenango, El Salvador, 5 de enero de 1966-Houston, Texas, EE. UU., 5 de marzo de 2025) fue un poeta de voz reposada, limpia de iras y odio, a pesar de la profunda huella que dejaron en su niñez los tiempos de locura del conflicto armado. De pronto y sin aviso se vio en medio de la encrucijada de la guerra: su hermano mayor, oficial de seguridad bancario organizado en un sindicato, fue asesinado por los escuadrones de la muerte en su pueblo natal cuando visitaba a su familia, mientras que al mismo futuro poeta le tocó en suerte el reclutamiento forzoso cuando, tras dos años de no ver a su familia, viajaba en bus de San Salvador a Chalatenango y fue detenido por un retén del Destacamento Militar N.⁰ 1.
Aquel viaje, aparte de llevarlo directo a la guerra con apenas trece años, sería por demás infructuoso si hubiera conseguido llegar a San José Las Flores, pues el pueblo había quedado desierto a causa del constante hostigamiento militar de los bandos enfrentados y de masacres como la de Las Aradas (río Sumpul, 1980), donde fueron asesinadas unas 600 personas. Su numerosa familia había logrado salir a tiempo y se había instalado en una zona urbana del sur de San Salvador. Pero él no lo sabía. El niño de la guerra no sabía nada, no entendía nada, y a partir de entonces debería comportarse como un hombre mayor. Un niño-hombre confundido, al fin y al cabo.
A pesar de esa noche oscura de su vida (reclutado por el ejército que había asesinado a sus paisanos y a su hermano, arrancado de la familia a temprana edad, herido en combate y, finalmente, fugitivo desertor), su sensibilidad lo llevó años más tarde a estudiar literatura en la universidad, aunque también se vio forzado a abandonar la carrera. Años más tarde se graduaría de optometrista. Así, pudo ayudar a miles de personas a disfrutar más de los colores y los contornos de la vida. Sin embargo, el ejercicio profesional no lo alejó del cultivo de la poesía ni de la lectura permanente.
Su poesía rezuma sencillez de ideas, frescura de lenguaje, esperanza en el mañana, perdón ante el agravio, nostalgia por su tierra, profunda sensibilidad. El motivo constante de su poesía, recogida en cuatro libros publicados (Cuaderno solar, Cofre de familia, Mutilaciones y otra piezas de la memoria y Campo de abrazos), es siempre la memoria de los parajes perdidos de su infancia y el anhelo de reencontrarse con ese universo de luz y verdor, de cantos y murmullos, de caminos humedecidos por el rocío de la noche, de encendidos atardeceres, de frutos maduros, de voces amadas que convocan al seno familiar cuando acaba la jornada.
Nilson fue un ser humano sincero y transparente, amable y servicial, solidario y generoso, prudente y confiable. También fue un profesional honesto y justo, comprometido y responsable, incansable y constante. Quienes tuvimos el privilegio de conocer y compartir con él sabemos que su sola presencia provocaba paz e invitaba a la reflexión. Su particular habilidad para afrontar los obstáculos y las desavenencias, y su carácter meditativo para encauzar de manera positiva las dificultades, lo convertían en una persona confiable cuya visión de la vida y opinión de los asuntos siempre contribuía a resolver los problemas que uno le planteara y que él escuchaba con sumo interés.
Nilson fue un ser tocado por la gracia. Y su gracia nos alcanzó a todos cuantos gozamos de su entrañable compañía.
La sangre temerosa recorre la piel
y el color de las mejillas se confunde entre los labios:
no tienen vida en esa vida que avanza en el silencio.
El camuflaje retuerce la máscara en la máscara
a la hora en que la luna llega
a sumergirse en el horizonte,
como se hunden los pasos
en el polvo de la calle sur del pueblo.
Avanzan sordos, mudos, hechos silencio en el silencio.
Hay una bota que tropieza con la muerte oscura
y tenebrosa
y se lleva con un grito de dolor la vida.
Se hace fría la sangre y se hiela el aliento
en la noche solitaria,
Cuerpo y polvo son uno en la batalla.
Máscara y color son la noche, perdiéndose en el alba,
cuando se esfuma la estrella al otro lado de la vida.
La bota manchada cuelga del ciprés.
Sus brazos y sus dedos no dejan de pisar la espina.
Sumergidos la piel y el camuflaje de la misma muerte
que, invencible, muere.
He pintado los años con el aroma de jugosos frutos
y las mieles que alimentan mi cuerpo
son el néctar de un silencio que ve pasar los recuerdos.
En mi ventana no hay cantos de ciudades
ni silbidos que entre árboles frondosos
descuajen las hojas de sus ramas.
En vuelo de palomas y azahares,
lejos de mi piel,
está el abrazo fresco del cielo,
los hilos de oro que sacuden la bruma en mil destellos.
El horizonte de mis ojos
no alcanza los verdores de mi infancia
solo un nudo de siluetas que buscan un sol,
un tiempo, un camino
y una verdad que las sostenga.
Cultivo un campo de abrazos
con una fe que no se inquieta ante el rugir de una ciudad
que en la distancia
en solo un espejismo.
En el infinito azul,
el verde soplo de las alas,
el latido fresco para esta sed del alma.
Soy luz, manantial.
Atómico vapor multiplicado.
Soy fuego que no se apaga. Brasa.
Soy un resplandor
que se mueve difusamente
donde los ojos me miran
sin mirar mi luz.
Alguien me abraza y se sumerge en mí
más allá de la conciencia:
me habla, me mira, me guía y me conforta.
Abre mis alas, me llama y me levanto
en vuelo luminoso.
Soy el otro que está en mí,
aquel que me crea desde dentro.
Osvaldo Hernández Alas





