Un apunte sobre filosofía política
En “Un apunte sobre filosofía política”, Fernando Recinos nos guía a través de más de 2 500 años de reflexión sobre cómo administramos nuestras sociedades. Lejos de ofrecer un compendio histórico, el autor se sumerge en el corazón del debate: la tensión constante entre pensamiento abstracto y acción concreta, entre la libertad del filósofo y el pulso de la política real.
ARTÍCULOS Y EDITORIALESJULIO 2025
Fernando Recinos
7/13/20254 min read


Un apunte sobre filosofía política
Fernando Recinos
Cuando la idea de filosofía es elaborada con adjetivos del tipo “fumada” queriendo con ello expresar en palabras sencillas que la abstracción es una de sus herramientas fundamentales, se da, quizá, con un clavo de lo que implica y aunque se lo introduzca torcido en la mente de otras personas, con ello se está afirmando, en cualquier caso, la complejidad de esta forma de conocimiento que tiene ya más de 2500 años.
No quiero hablar aquí de la filosofía completa o de su historia, sino particularmente de aquello que es, sin duda, uno de los temas que no pierden actualidad dentro de su ámbito: La filosofía política.
Desde la Grecia antigua somos testigos de un pensamiento que se dedica a reflexionar sobre la manera en que los hombres administran las sociedades, pensamiento que con el tiempo ha ido cambiando, con altos y bajos que dependen, en muchos casos, de la libertad y de la posición social que ostentaban los filósofos que acerca de la política escribieron y siguen escribiendo.
En torno a la última consideración surgen muchas preguntas cuyas respuestas siguen siendo problemáticas a la hora de ser respondidas: ¿Quién es capaz de filosofar? ¿Es la filosofía política anterior o posterior a la política? ¿Qué tanto influyó la filosofía política en la Revolución Francesa? ¿Cómo podría influir un filósofo en la mejora de las democracias contemporáneas? ¿Cómo hacerlo en El Salvador para las elecciones de marzo del siguiente año?
Cuando hacemos esa última pregunta las demás parecen, en cierto grado, más lejanas. Pero no es ese el término preciso para designarlas: es del todo evidente que, si algo no hace la filosofía, es empezar una y otra vez desde cero, por más que diversos filósofos lo hayan pretendido. Estamos puestos en el mundo y desde que abrimos nuestros ojos por vez primera todo ha empezado a cobrar significado para nosotros. Es necesario, para sumergirnos en la cultura, que mediante un proceso de aprendizaje que se inicia en la familia pero sin independencia de la sociedad y que se prolonga a las instituciones educativas, adquiramos el dominio de una lengua como medio predilecto -no el único lenguaje, claramente- para comunicarnos.
En este proceso que es la vida uno puede o no toparse con la filosofía, escucharla de oídas, ver alguna broma en redes sociales, ver, quizá, alguno de esos especímenes raros que sí son considerados filósofos a nivel mundial y que tienen libros con su nombre en torno a temas que han sido trabajados desde hace ya mucho tiempo. Quien en esto se adentra (dejemos a un lado las motivaciones y sigamos únicamente hablando de aquel que con compromiso asume el reto que implica hacerlo) como pelando una cebolla intenta llegar al centro no de la filosofía, porque la filosofía no es un problema separado del mundo, sino al centro de cómo, como humanidad, hemos ido afinando la capacidad de acercarnos a los problemas que la vida nos plantea. Y este acercamiento implica, pues, una reflexión de la totalidad: o en palabras sencillas, una reflexión de los muy variados nexos que se establecen entre los elementos que componen la realidad.
La filosofía política, específicamente, atiende al problema de cómo administrar la sociedad. La palabra administración es útil aquí, en lugar de gobernar, porque habla no solamente de una forma vertical de administrar la sociedad y que ha desembocado, en gran parte del mundo occidental, en la democracia representativa o, en otras palabras: la delegación de responsabilidades y la reducción del conflicto político –que antes se expresaba en combate y movilizaba a unos sectores de la sociedad en contra de otros para decidir quién gobernaba– a opiniones en torno a quién cada persona decide delegarle, con un voto, su responsabilidad de decidir por el futuro conjunto de la sociedad en que habita.
Al hablar de la administración de la sociedad es útil retomar ciertas viejas nociones que, en sus constantes cambios de discurso, la filosofía ha ido trabajando y adecuando a momentos históricos específicos. Contamos para ello con los libros y documentos que se han ido almacenando ya hace tiempo y es necesario recurrir a ellos para interrogarlos acerca de cómo en diferentes épocas se ha dado solución o se ha tratado de darla a los más variados problemas. Es, según lo aquí planteado, inútil preguntarse quién vino primero, si la reflexión o la práctica política. Sin duda alguna, y luego de haberme planteado la pregunta en repetidas ocasiones, puedo decir que ahora es importante hacer énfasis en la necesaria conexión que existe entre actos y pensamiento y que pelar la cebolla del mundo implica también meterse en los intrincados caminos que la filosofía ha abierto para facilitar dicha tarea. Rendirle culto a formas simplificadas o dogmas que sirven para modelar la acción resulta, pues, contraproducente porque desde ahí se opera como en la noche sin linterna, sin luz, sin luna y tropezando constantemente. Filosofar implica, ahora, nunca regresar a los filósofos de la tradición en búsqueda de respuestas adecuadas para nuestro tiempo, sino buscando en ellos la disciplina para interrogar al mundo, su mundo, y ahora nosotros al nuestro, acerca de qué hacer con esto que nos ha tocado vivir.